sábado, 7 de enero de 2017

2017: gato blanco, gato negro... efemérides para un año que empieza

Arranca un año plagado de conmemoraciones y efemérides de distinto signo. Se cumplen cien años desde la Revolución Rusa y otros tantos de la aparición de la Virgen en Fátima… cada cuál que escoja el evento a recordar según sus preferencias. 

Confieso que este año que empieza tiene en este sentido un carácter especial para mí, ya que se cumplirán setenta años del fallecimiento de uno de los mitos familiares que mi imaginación calenturienta ha ido elaborando desde la infancia. Se trata de mi abuelo Antonio, cuyas peripecias se colaban en historia familiar que me contaba mi madre, cual daño colateral de una juventud sesgada por su fallecimiento. Nunca supe por qué disponía de tan poca información de alguien tan singular a todas luces, ni la razón del empeño en no contarme con pelos y señales cada minuto de los vividos en unos tiempos que pasaron a la historia. 

Más tarde comprendí que la memoria es un arma de doble filo en la que una mente sana olvida cuanto no quiere recordar y más en la infancia, ese periodo de la vida donde uno intenta eliminar todo lastre para el futuro. Entendí también que mis padres, niños en la Guerra Civil, vivieron en un tiempo de silencio donde no todo se contaba, especialmente cuando no convenía airearlo.

Con mi amigo Nidal hace unos meses buscaba alguna fotografía de aquellos años para componer un videoclip de la canción “Gato blanco, gato negro” cuyos compases retumban en mi cabeza según escribo estas líneas.



Rostros anónimos asoman a través de las crónicas de los reporteros de aquel tiempo reflejando en su mirada el espanto de unos hechos que acarrearon múltiples tragedias públicas y privadas. Algunas como la matanza de Guernica, cuyo ochenta aniversario conmemoraremos en abril, fueron inmortalizadas y pervivirán por siempre en nuestra memoria. Sin embargo el destino de aquella anciana y su nieta refugiadas durante los bombardeos en el metro de Madrid, que hace años tanto me impresionó cuando recuperé la foto en el A.G.A., no corrió tanta suerte.

 “[…] circulan por la avenida brigadistas del mundo entero, pero cuentan las malas lenguas que se ha cruzado un gato negro”

Pienso en la letra de esta canción y se me antoja que no uno sino varios gatos negros debieron de cruzarse por el camino de mi abuelo para que, como tantos otros, su trayectoria cayera en el olvido de propios y extraños. Ironías del destino, teniendo en cuenta que aquel hombre, periodista para más inri, tenía por oficio el de plasmar la realidad para información de sus coetáneos y por vocación la de paliar desigualdades tan centenarias como los olivos que arropan la localidad de la que fue alcalde en dos ocasiones.

Antonio de los Ríos Urbano.


Cuando digitalicé esta foto, hace más de quince años, no reparé
en la fecha de la dedicatoria. La firma está datada en 1939, año
en el que debió de emprender el viaje más incierto de su vida.
Hoy pocos en su pueblo recordarán su nombre, ni tampoco que fue él quien inauguró y clausuró en el ayuntamiento aquel experimento, a medio camino entre idealismo y revolución, que ensayó la II República. Los vecinos de Baena es difícil que recuerden que deben a Antonio de los Ríos, no ya el kiosco de música del parque, sino la creación de la primera biblioteca municipal y las primeras instituciones de carácter social, cultural, educativo y sanitario que tuvo la localidad. Menos aún le imaginarán, finalizada la Guerra, recluido en una aldea de Sierra Morena recreando las letras de una cartilla de caligrafía que sirviera de ayuda a su mujer, depurada de su plaza de maestra en Cabra y trasladada a una remota escuela situada en un “valle perdido de una sierra prieta”.

Hay ocasiones en las cuáles el correr es de valientes.
Un "inocente" ejercicio de caligrafía para la escuela en la que trabajaba su mujer.
Riadas de tinta se han escrito sobre la Guerra Civil… entonces y desde entonces. Sin embargo, esto no implica que a todos se haya dado voz. No solo a quienes fueron aplastados por cuarenta años de silencio, sino también a quienes nunca aparecieron aunque estuvieran en el lado vencedor y, sobre todo, a tantos como quedaron a medio camino, espantados por hechos que se desbocaron sobre sus vidas o ideas que quedaron desvirtuadas cuando salieron de la arena política y se batieron en el campo de batalla o en la represión de la población civil. 

En aquella “sierra prieta” pienso que mi abuelo tuvo mucho tiempo para pensar. La muerte civil era un castigo muy liviano en un tiempo de sangre y presidio, pero no por ello es menos cruel la condena al silencio para quien la palabra constituye su medio de vida. El país quedó plagado de Antonios, y también de Ramones, de Fernandos, de Obdulias, de Pepes y de Cármenes… vidas truncadas en las que cada cual se las compuso lo mejor que pudo, según el bando donde le tocara jugar y el petate que llevara a sus espaldas.

 “Quiero que vengas al pueblo y me cantes junto al fuego esas historias tan tristes que contaban los abuelos”

Ahora, la trifulca está en la calle… afortunadamente solo en el callejero. Enarbolamos la bandera de la memoria sin la cautela de dar voz a todos y sobre todo a aquellos que en uno y otro lado quedaron en tierra de nadie… ya se sabe, “siempre ganan los malos cuando son más que los buenos”. No es cuestión únicamente de poner calles aquí o allá, ni tampoco de eliminar unos símbolos para enarbolar otros. Más allá de esto, que puede tener todo el sentido según las circunstancias, es tiempo de una relectura serena y de una reflexión que contraste las conclusiones obtenidas a partir de las fuentes conocidas hasta ahora, con nuevos testimonios que poco a poco salen a la luz desde archivos públicos y privados… y no solo en el ámbito de la historiografía, sino también de la propia memoria familiar de muchos de nosotros.

Vista del antiguo campanario tras la Batalla de Brunete.
2017 es una fecha para las efemérides. Entre otras cosas pasará a la historia por ser el año en el que asumirá la presidencia de Estados Unidos Donald Trump, cuanto menos la mayor sorpresa del baile electoral democrático de nuestro tiempo. Con distinta intensidad, sospecho, los medios se harán eco de los cincuenta años transcurridos desde la Guerra de los Seis Días o la tragedia del Apolo 1 y fallecimientos como el de Ernesto Che Guevara, coincidiendo con el año de la muerte de Azorín. Por supuesto se cumple el primer centenario de la Revolución Rusa y habrá quien recuerde también el milagro de Fátima, hechos no del todo inconexos entre sí según la perspectiva del juglar que nos cante la gesta. Cien años de Soledad también cumple medio siglo y el recordatorio de nuestra Guerra Civil dará pie a rememorar la Batalla de Brunete o el bombardeo de Guernica y, con menos intensidad seguramente, el de Durango que tuvo lugar el mismo año y a muy pocos kilómetros, pero no fue inmortalizado en ninguna obra de arte… por citar sólo algún ejemplo de las probables ausencias y presencias en los recordatorios de este año.   

Sin embargo, no olvidemos que la memoria no es historia, aunque sí una valiosa fuente para reconstruir el pasado y un homenaje a las gestas de nuestros mayores. Que en este año los árboles no nos impidan ver el bosque y el recuerdo del pasado nos permita escuchar todas las voces y, a ser posible, sin distorsión. 

La realidad nunca es blanca ni negra. Es sabido que éstos son precisamente los únicos colores que, como tales, no existen en la naturaleza. Todo depende de lo que entendamos por “color”… y de que quien hable sea un artista o un científico. Por cierto, un gato negro no siempre y no en todas las culturas es símbolo de mala suerte.