domingo, 7 de febrero de 2016

¿Qué voy a ser de mayor? (tribulaciones de una madre)


Convivo con un ser humano del que se han adueñado las hormonas y un terror incontrolado a la PAU (Prueba de Acceso a la Universidad). Duerme poco, sale con sus amigos (sorprendentemente) menos y experimenta repentinos cambios de humor que la abandonan en la más profunda desesperación para, a continuación, tocar el cielo con los dedos sin motivo aparente que justifique tales alardes.

Solo quien tenga un hijo estudiando segundo de Bachiller, comprende la situación.

Al menos ahora ha tomado una decisión respecto a la carrera que quiere cursar, lo que le aporta una relativa estabilidad emocional, al hacerse visible la meta y el camino a recorrer. No es poco. El inicio del año escolar fue mucho más turbulento, atribulada por la incógnita de un futuro incierto en el que no terminaba de verse unas veces como enfermera militar y otras como educadora social en un campo de refugiados… no parecía haberse inventado profesión que se ajustara a sus inquietudes. Y entre tanta incertidumbre la eterna pregunta sobre qué profesiones tienen más futuro.

Mucho se ha escrito sobre ello. Todo apunta a que, en cualquier ámbito, el oficio de nuestros hijos se escribirá en digital y no solo por la creciente demanda de ingenieros e informáticos. Tanto si se dedican a la enseñanza como a la medicina, el bonete y su orla se coronarán con una arroba. Esto es así incluso para quienes que se orienten hacia el tan denostado ámbito de las humanidades. Cierto es que no proliferan los puestos de trabajo convencionales para este perfil, pero se abren camino nuevas oportunidades de la mano de una industria de contenidos, en los que estos perfiles tienen mucho que aportar. Sin ir más lejos, Google anunció hace tiempo su intención de contratar a 4000 doctores en humanidades en los próximos años

Lo cierto es que las disputas con nuestros retoños, cuando optan por carreras universitarias con limitadas salidas profesionales, son completamente estériles. Y no sólo por aquello de la vocación y el respeto a su primera decisión como adultos. El mercado laboral está cambiando tanto y tan deprisa que, ni siquiera optando por carreras en auge, hay garantías de que al finalizar sus estudios la tortilla no haya dado la vuelta. Esto podría ocurrir por inflación de profesionales (la oferta de empleo en los "nichos estrella" tampoco es infinita), por el apagado del fulgor de los clásicos perfiles de prestigio (por modas o por imposición de un cambiante mercado laboral) o, simplemente, porque aparezcan nuevas oportunidades hoy en día inexistentes. De hecho, se ha llegado a decir que el 65% de los estudiantes de Secundaria trabajarán dentro de diez años en empleos que a día de hoy no existen

Sin embargo nuestros actuales “proto-bachilleres” ya son “nativos digitales”. Seres que culminan cualquier experiencia vital con el preceptivo anuncio en su red social favorita, vía foto. Una imagen no vale más que mil palabras, simplemente las palabras forman una parte muy residual de su lenguaje. Ilustran la imagen, no al revés. A este talante se unen los esfuerzos por avanzar en una educación cada vez más digital, lo que hace pensar que su capacitación en este ámbito no será una rémora para su futuro profesional. Pero, para encontrar cabida en ese mercado tan convulso, no basta con matricularse y asistir a clase, por mucho fulgor que tenga la titulación escogida.


Ahora bien, todo apunta a que la recompensa a una esmerada educación no va a ser precisamente un trabajo estable y sin sobresaltos. El problema ya no está solo en que la oferta de trabajo sea suficiente y los candidatos estén preparados para atenderla. Suponiendo un escenario optimista en el que ambas premisas se cumplen, nuestros retoños no podrán prescindir de una formación continua, tanto por caminos reglados (académicos) como informales. De hecho, esto ya es una realidad palpable para nosotros, los adultos, con independencia de cuál sea nuestro oficio/profesión. Y sobre, todo, aunque el viaje sea accidentado, no hay excusa para el desaliento, por muchas aventuras y desventuras que les aguarden. Concebirlas como un mal necesario o como un reto es una decisión personal que marca las probabilidades de éxito.

Al tiempo que estaba sumida en mis maternas tribulaciones comencé a investigar las andanzas de un nuevo espécimen que prolifera en el mundo anglosajón y que  ha comenzado a tener dignos exponentes en el territorio patrio. Se les conoce como “Knowmadas”, palabreja traducida por “nómadas del conocimiento” o “locos del conocimiento” según la lectura que queramos hacer. Es un perfil cuyo hábitat natural es el teletrabajo, pero que no debemos confundir con un teletrabajador al uso en una empresa convencional.

Llegado este punto procede hacer una lectura en modo “vaso medio lleno”. Al margen de la creciente exigencia del mercado laboral (visión “vaso medio vacío”), lo cierto es que el ecosistema digital genera nuevas oportunidades para profesionales inquietos o para emprendedores. Dicho de otra forma: para inconformistas y aventureros. Es una fauna diversa: individuos que no logran desarrollar su profesión como quisieran o trabajadores constreñidos por las limitaciones de una empresa convencional. Estos prometedores talentos buscan su "salida al mar" a través de Internet como plataforma privilegiada de comunicación con sus clientes. De ello se deriva un nuevo concepto del servicio y del propio trabajo, sin oficina ni horario prestablecido. Llevado al extremo, hay quienes han optado por dedicarse a ello a tiempo completo, traspasando la frontera laboral para convertir su proyecto en una nueva forma de vida. 


“Knowmadas”: una nueva tribu en el ecosistema digital


Más aún, termina por diluirse el concepto de “profesión” en la amalgama que forma la conjunción de formación académica, experiencia profesional y aficiones personales. Tengo muchos amigos que en paralelo a su trabajo desarrollan otros negocios, no siempre en campos afines. Se puede interpretar como una segunda oportunidad... o como una alternativa para quien no quiera perder ningún tren.

Una buena amiga, brillante "teleco", es además maestra de Reiki. Otra (no menos talentosa), ejecutiva de una multinacionacional, es una magnífica consultora de belleza. Tengo familia que se dedica a la literatura, procedentes de trayectorias profesionales muy dispares, otros han cambiado su rumbo profesional con el tren en marcha (o en una vía en paralelo). Lo importante es que, de una u otra forma, lo aprendido en la universidad, junto con su experiencia laboral y sus propias aficiones, han puesto los cimientos de otras actividades que en principio nada tienen que ver con la proyección laboral que imaginaron en su época de estudiantes. 


Lectura recomendada para madres
novatas  y "anejas"


Pensando en mi niña, tengo que decir que hay momentos en los que parece que la recupero. Se dirige a mi entusiasmada y me asalta con ese “mamá, una cosa” que siempre ha sido el preludio de alguna reflexión descabellada. Estos arrebatos suele ser provocados por cualquier cosa relacionada con esas actividades extraescolares que la apartan de lo que ahora es su meta: aprobar con honor el dichoso examen de ingreso en la universidad.

Es cierto que debe centrar todo su esfuerzo este año en el objetivo que se ha propuesto. Pero no estoy segura de que deba apartarse de lo demás. Todo suma. Todo es experiencia. De todo se aprende. Tal vez sea esta la actitud que deba inculcarle. Como decía su abuela, “la vida da muchas vueltas” y por lo que parece, en el futuro el mercado laboral va a ser un auténtico tiovivo.

La civilización se asocia al desarrollo de una cultura sedentaria, el nacimiento de la escritura y el triunfo de la palabra. En el siglo XXI retorna el lenguaje iconográfico en clave multimedia y triunfan las tribus nómadas pobladas por cazadores de oportunidades. No sobrevive el más fuerte, sino el que mejor se adapta, como aseguran que dijo Darwin. Aunque tenga más fama el velociraptor, quien lleva dando guerra más de medio millón de años es la actinobacteria, aunque esté recluida en Siberia y la mayoría de los mortales no tengamos ni idea de que existía esa palabreja.


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