domingo, 29 de noviembre de 2015

La huella de nuestro tiempo: ¿una nueva "edad oscura"?

Viajar al pasado implica husmear entre restos materiales que han logrado sobrevivir al paso del tiempo. Objetos que cobran vida y nos hablan de sus dueños, pensamientos que intentamos adivinar a través de la mirada de una fotografía antigua. Y, entre todos, no hay mensaje más elocuente que el pensamiento plasmado en las paredes de una caverna, en un papiro, en un códice o en un periódico. En definitiva, pasear por la alfombra roja de la historia requiere permitir a las generaciones futuras rastrear nuestra huella sobre los restos de nuestro mundo físico. Necesitamos disponer de objetos tangibles que sobrevivan al tiempo y hablen de nosotros cuando ya no estemos, por lo que es preciso que nuestro pensamiento, nuestro arte y nuestras vicisitudes queden plasmados en un soporte duradero y accesible para nuestros nietos. 

Ahora bien, buena parte de nuestra existencia discurre por la senda de lo virtual en nuestras relaciones con los semejantes y en nuestras lecturas, en lo que recibimos de nuestro entorno y en lo que aportamos. Cierto es que lo digital tampoco es etéreo pero se materializa en soportes efímeros condicionados por los vaivenes de un mercado que debe parte de su prosperidad a una obsolescencia programada (o sobrevenida) de dispositivos y programas informáticos, amén de soportes y formatos. No hablamos ya de las tarjetas perforadas de antaño, sino de cintas VHS o disquetes que en apenas un par de décadas han quedado relegados al silencio por la dificultad de reproducir su contenido. 

Ya en los albores de Internet, cuando apenas era una promesa para el ciudadano de a pie, hubo voces que alertaron sobre el manto de silencio que podría cubrir nuestro tiempo. Se habló incluso de una nueva “Edad Oscura”, expresión con la que se conocen periodos de la historia de los que apenas han quedado textos, ni rastro material y que consideramos tiempos de decadencia y crisis: el final del periodo micénico en la antigua Grecia o los primeros siglos de la Edad Media tras el colapso del imperio romano.   

Imagen: Transformer18
Hace unos días, en el blog A un Clic de las TIC, publiqué un artículo titulado ¿Caminamos hacia una “edad oscura digital”? en el que retomaba el tema, al hilo de la conferencia que dio Mar Pérez Morillo el pasado mes de abril en el TEDxGranVía. Una invitada de lujo para repasar las medidas adoptadas por la Biblioteca Nacional para conservar nuestra memoria digital en el contexto de la preservación del patrimonio cultural español de distintas épocas y en distintos soportes físicos.



Haciendo hincapié en la selección de contenidos relevantes, la estrategia seguida por las bibliotecas nacionales europeas plantea una política de conservación que contrasta con iniciativas auspiciadas por Internet Archive y la pretendida biblioteca universal de la que Google lleva haciendo acopio, con el concurso de buen número de universidades europeas, desde hace años. Como telón de fondo se encuentra la lucha por garantizar al ciudadano la consulta gratuita de los fondos documentales, hoy y en el futuro, de la que se han hecho eco iniciativas como Open Access, que promueven el acceso libre y sin obstáculos a la información científica custodiada en grandes repositorios institucionales. Políticas de conservación cuantitativas frente a estrategias cualitativas. Difusión universal del patrimonio cultural y científico, frente a pasarelas de pago a una librería universal: ese es el debate. 

En las últimas décadas, Google ha digitalizado millones de libros huérfanos de derechos de autor en todo el mundo, para posteriormente venderlos online, al tiempo que ofrecía proyectos de digitalización de bibliotecas universitarias y académicas gratuitos a cambio del acceso exclusivo a través de la plataforma HathiTrust Digital Library, bajo el control de dicha empresa. La propuesta de Vinton Cerf, vicepresidente de Google, a comienzos de 2015 relativa a permitir recrear en el futuro nuestro mundo digital, conservando para ello no solo los contenidos, sino el hardware y el software que lo soportan actualmente, podemos interpretarla dentro de esta estrategia de creación de una biblioteca universal que ha generado un interesante debate sobre los peligros de un eventual monopolio en el acceso a la información. 

Biblioteca Nacional de España (BNE)
Frente al afán por una recolección cuantitativa, las bibliotecas nacionales europeas, como cabeceras de las entidades encargadas de preservar el patrimonio cultural de sus respectivos países, han cerrado filas en torno a iniciativas de muy distinto calado. Es el caso de Europeana o su filial española Hispana, que abogan por estrategias de conservación puramente cualitativas, basadas en la selección de materiales y un tratamiento documental que busca el enriquecimiento de los contenidos, escapando de clasificaciones cuantitativas tan características de entornos virtuales. 

La sostenibilidad desde un punto de vista tecnológico de estas estrategias viene avalada por estándares como OAIS (Open Archival Information System) que se ha convertido en modelo de referencia para archivos digitales al contemplar en la descripción los aspectos técnicos y legales asociados al documento que deben tenerse en cuenta para su consulta en el futuro. Esto afecta tanto a contenidos creados en un entorno virtual, como a proyectos de digitalización de fondo antiguo. Por otra parte, la IFLA, como entidad internacional de referencia en el campo de la cooperación bibliotecaria y la propia UNESCO ya llevan años trabajando en la línea de garantizar un acceso universal a la memoria de nuestro tiempo, y al patrimonio documental que hemos heredado. 

La Torre de Babel (Pieter Brueghel)
Si nuestra época pasará a la historia como una edad oscura, seguramente no será por la pérdida de nuestro rastro digital. Sin embargo, sí podríamos convertirnos en ciudadanos de una nueva Torre de Babel donde la adoración el avance tecnológico, entendido como fin y no como medio, nos lleve a olvidar la enseñanza del pasado y a caminar hacia el futuro ciegos de experiencia.

Pasado el umbral del primer milenio de nuestra era, la humanidad logró escapar de la oscuridad de siglos anteriores, recuperando para la posteridad narraciones orales contemporáneas y textos clásicos. Diez siglos después, disponemos de más medios que ninguna otra generación para conservar nuestra memoria y transmitir la herencia cultural de quienes nos precedieron. Nuestra huella será borrada por la marea del tiempo si, escuchando cantos de sirena, no mantenemos a buen recaudo nuestro patrimonio cultural, asegurando en el futuro un acceso libre y gratuito. Algo que debemos tanto a nuestros abuelos como a nuestros nietos.

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